Con la cabeza caída hacia un costado, los ojos prominentes, fijos en un horror que será perpetuo, el cuerpo de Jacinta Lillo cuelga del olmo centenario que corona el vetusto jardín del Centinela Hotel. La gruesa soga ha cercenado un poco su garganta. La boca desfigurada babea saliva y sangre sobre su hombro. Parece un agujero sin labios, la boca. Un agujero abierto por el estertor de la asfixia. Por la nariz gotea un líquido espumoso y parduzco, y una cruz de plata conserva intacta su posición sobre el pecho. La tormenta, ensimismada, yace contenida en las grisáceas nubes y en el ímpetu del viento. La llovizna cae sin tregua, haciendo más noche la noche.
La muerte no se lleva aún toda su sangre, todavía no la cubre con su mortaja cerosa y amarillenta, la sangre muere de a poco, la sangre muere después y lento. Cierta vividez se rehúsa en sus mejillas y en la tierra mojada y blanda, sus zapatos que han debido soltarse con los últimos espasmos, comienzan a flotar en un charco de lodo y pasto y un perro vagabundo husmea, seguramente atraído por el olor a orines y a heces.
El Centinela Hotel lleva ese nombre por el gran ojo art decó que ornamenta su fachada y por estar encumbrado en una loma, a espaldas de un ínfimo pueblo que en el siglo pasado tuvo su gran momento. Pero eso es pasado. Hoy, del Centinela sólo queda un manchón negruzco y deteriorado sobre la colina, las rosas han sido devoradas por malezas, zarzas y florcillas silvestres. Perviven algunas crónicas y recuerdos desperdigados. Y el olmo, siempre altivo e imponente. Hoy, de tarde en tarde, quizá por cual ejercicio del azar, aparece un visitante preguntando por alojamiento. Como Jacinta hace 10 días según consta en el libro de registro llevado ordenadamente y con minuciosa caligrafía por su anciana dueña.
Antes que amanezca, se desate la tormenta y la dueña del hotel de aviso de este macabro suceso, antes que aparezca la dotación en pleno de pequeño retén, la ambulancia del policlínico y el juez de turno traído desde la capital de la provincia, es necesario saber que la difunta tenía 44 años, soltera, sin hijos, vivía de algunas heredadas rentas. Una tarde calma de domingo, rebuscando en el baúl donde guardaba las pertenencias de su madre encontró, al interior de un destartalado misal, una invitación ajada y amarillenta. Este hallazgo provocó en Jacinta una conmoción inusitada “Estimada Alicia, la presente tiene por objeto invitarte a pasar la temporada estival en Centinela Hotel. Esperamos recuerdes gratamente los momentos vividos en años anteriores y podamos contar con tu presencia. Ya han hecho sus reservas el Dr. Jaugeri, Elisa y Laura y nuestro infaltable Don Rigoberto. Esperamos verte, Aurora y Ramón. Confirma pronto pues bien sabes que en Enero el Centinela se copa. La Piedra, 1° de diciembre de 1963“ Observó detenidamente la fecha, la letra prolija y los nombres de los varones mencionados. Una serie de emociones intensas surgieron de su interior como una marea incontrolable. Su madre siempre se negó tenazmente a revelarle la identidad de su padre. Se cansó de preguntar y recibir como respuesta un inalterable silencio. Y ahora llegaba este papel amarillento a sus manos así tan fácilmente. Se había cansado de rebuscar en cajones datos, fotos, cartas y debió conformarse con la cruz de plata que su madre puso en su cuello diciendo: esto te lo dejó tu padre. Finalmente, guardó para sí, la incertidumbre y la tristeza. Mas, esa sombra siempre volvía y la perseguía nuevamente. Al día siguiente y sin mayores preparativos, tomó un bus rumbo a La Piedra. Cuando, tras un largo viaje, Jacinta llegó al Centinela Hotel, se sintió invadida por un sinnúmero de sensaciones encontradas, un hermoso lugar, sin duda. Pero también siniestro. Desde la altura en que se enclavaba la construcción se tenía una impresionante panorámica de un mar bravío e impetuoso. Su arquitectura mantenía el sello de su estilo a pesar de la pátina del tiempo y, a pesar del menoscabo, aún encandilaba con su belleza. Una belleza perversa, sobreviviente en el deterioro. Aurora no ocultó la algarabía que le produjo la llegada de un visitante. Fue tan efusiva y cariñosa que Jacinta se sintió intimidada.
El comedor era un amplio y lóbrego salón. En una de sus esquinas había un clavicordio, en otra una estantería llena de libros, todos de tapas duras y colores oscuros. Una mesa de madera noble y sillas de estilo en el centro del cuarto. Antiguas lámparas de lágrimas cargadas de polvo y dos grandes ventanales cubiertos por unas gruesas cortinas de felpa verde. Aurora resultó ser una viejecilla parlanchina y sorprendente, le impresionó su agilidad y la lucidez de sus comentarios y argumentos. Se le veía luminosa, vestía un delantal con dibujos multicolores que le daban un aire de niña pintoresca… pero pronto esas primeras impresiones cambiarían radicalmente. Cuando Jacinta vio el cadáver del animal entero sobre una bandeja de plata creyó vomitaría de inmediato. Aurora comió con ansias y también bebió profusamente. Su avidez unida a una retórica blasfemante provocaron en Jacinta un temor extraño, preñado de deseo, deseo de saber lo que siempre le fue vedado. Como si la vieja supiese de su ansia, la invitó a recorrer las dependencias del hotel y cada habitación en la que entraban detonaba alguna anécdota profusa en detalles, detalles que iban tornándose cada vez más escabrosos y perversos. La vieja parecía conocer al revés y al derecho las vidas de los que habían sido sus clientes y se regocijaba ventilando sus miserias y tropiezos. Junto a muchos otros ya habían aparecido sobrados antecedentes referidos al tal Rigoberto, al Señor Jaugeri, a Elisa y Laura. Jacinta sentía el latir agitado de su pecho ante la perspectiva de escuchar el nombre de su madre enredado en esa lengua maléfica. Pero no era nombrada y no sabía realmente que la inquietaba más, si enterarse de algún obsceno secreto de su progenitora o constatar su ausencia en la truculenta memoria de la anciana.
Al ir acostarse, se sentía horriblemente. La verborrea de Aurora retumbaba en su mente, amplificada. No durmió nada y en medio del insomnio ya había decidido que se marcharía a penas despuntara el alba. Pero no pudo. Confiada en que a esa hora, la nonagenaria estaría profundamente dormida, mayúscula fue su sorpresa cuando se la encontró a boca de jarro en el rellano de la escalera. Vaya, que bien, dijo, haciendo caso omiso de la maleta que la delataba -eres tan madrugadora como yo-. Ven, acompáñame al gallinero, tendremos huevos frescos para el desayuno, de paso le tiramos el cogote a la Colorá, ¡mira que la tengo en engorda desde hace semanas! ¡nos haremos un buen caldo!. Venciendo su malestar, Jacinta tragó el desayuno y se resignó a seguir escuchando sus peroratas, acicateada, a su vez, por la curiosidad, en espera a que de un momento a otro la vieja dijese: Ah!, pero si no te he contado nada de Alicia… pero no sucedía y los minutos cada vez parecían más interminables.
En la tarde y contra todos los malos augurios de la anciana, se encaminó hacia al pueblo. Varias veces estuvo a punto de decirle que se marcharía, pero inexplicablemente las palabras se atoraban en su boca. Algo indescifrable emanaba de Aurora, algo que le impedía simplemente irse. Creyó que encontraría alivio al deshacerse por un rato de la veterana. Se detuvo junto al olmo maravillándose con su grosor y su estatura. Reparó en los románticos corazones y diversos nombres grabados en su corteza, sus ojos buscaron ávidos el nombre de su madre. Tampoco. Tampoco el árbol la recordaba. Enfiló por la bajada y a poco andar, se dio cuenta que eran ciertas las advertencias de la vieja: el sendero era extremadamente resbaloso y empinado, varias veces trastrabilló y el tintinear de las piedrecillas rodando, la nube de tierra rojiza que iba levantando, las negras nubes que de pronto aparecieron sobre su cabeza, el viento intempestivo, su cuerpo que se abalanzaba para despeñarse sin responder a sus esfuerzos por frenarlo. Despertó sobresaltada. Aurora a un costado de su cama la miraba sonriente. Por fin abres los ojos mujer, el doctor dijo que estarías inconsciente unas cuantas horas pero han sido unos cuantos días, exclamó lanzando una risotada. Te lo advertí, eso te pasa por porfiada, te pilló la ventolera, te caíste y te diste tremendo chancacazo en la cabeza, es que viene un temporal de padre y señor mío. Si quieres recuperarte tienes que comer, así que nada de mañas y a devorarse esta apetitosa cena. Con suma destreza la acomodó entre dos mullidos cojines, dejando sobre sus muslos la misma bandeja donde había yacido el puerco. El plaqué estaba lleno de salpicaduras de sangre seca. Salía vapor de la marmita de fierro. Adentro, en una sopa aceitosa, flotaban unas patas seguramente del mismo animal.
Así, Jacinta se encontró en esa cama a merced de la alimentación y las habladurías de Aurora. Paulatinamente, la vieja fue silenciándose, trocando las palabras en acciones y gestos, en una permanente y aguzada vigilancia; a veces transformada en diligente enfermera, a veces en adusto gendarme. Jacinta fue debilitándose ante su dominio y se diluyeron las fronteras entre el sueño y la vigilia. El Centinela fue entonces ese ojo colosal que la escrutaba poniendo en entredicho su existencia. Mientras más se minaba su voluntad, más necesaria se hacía la anciana: limpiaba sus vómitos, la peinaba, la maquillaba, la perfumaba. Abría con tenacidad su boca obligándola a tragar espumosos brebajes y compotas espesas. A ratos, Jacinta intentaba sonsacar alguna información referida a su madre diciendo en tono zalamero, hábleme de otros huéspedes, seguro que las historias más sabrosas no me las ha contado, la anciana respondía con un tirón de pelo, un pelliscón, un bofetón suave a medio camino entre la broma y la evidente hostilidad.
La víspera de su muerte, armándose de valor, Jacinta lanzó lejos el plato que la vieja le ofrecìa y la escupió groseramente, es admirable como usted recuerda a tanta gente –exclamo incisiva- y sin embargo a mi madre nunca la menciona. ¡Ella fue su huésped muchas veces, usted lo sabe!. ¿Y su marido, porque nunca menciona a su marido?. Eres la copia fiel de Alicia, respondió furiosa clavando sus ojos fulgurantes en la cruz de plata. Ramón y esa zorra mal nacida cometieron el más vil de los pecados, la traición -espetó con voz esperpéntica- al tiempo que sacaba la soga del bolsillo de su delantal y con un chasquear de dedos hacía entrar al hombrón que le ayudaba con la leña y otros menesteres que requerían esfuerzo. Jamás volví a saber de Ramón. Nosotras tampoco, contestó Jacinta con un hilo de voz mientras la cuerda caía en su cuello y la cruz parecía palpitar sobre su pecho.
43 comentarios:
Querida amiga.
Hola. He vuelto.
Veo que con el tiempo, con las experiencias, con las ganas de hablar y no quedarte callada, te has dado la posibilidad de escribir a la larga, de no detener el texto, de decir entre líneas muchas verdades.
UN abrazo grande, espero estés muy bien.
Cuidate mucho sí.
Un día de estos paso a buscarte y nos tomamos un café.
Impresionante la pericia con que desarrolla el detalle de la muerte por ahorcamiento. Buen cuento, mantiene la tensión, a pesar de que uno conoce el desenlace desde el principio, y el objeto de búsqueda es siempre el mismo.Aurora maneja todas las certezas, y se queda con el rol protagónico, sutilmente. Plantea ambientes bien identificados y un paisaje interior desolado en ambas mujeres.
http://enfugayremolino.blogspot.com/
Tragico circulo y excelente narración.
Admiro tu habilidad con las palabras.
Besos
Impresionante relato, Eva. Como dice soylauraO, mantiene la tensión hasta el final aún sabiendo el desenlace. Qué bien recreas la atmósfera cerrada, axfisiante y terrorífica del Centinela Hotel.
Felicidades, muy buena narración y bien escrita.
Un abrazo grande.
Eva me gusta tu forma de relatar las historias, haces que te metas dentro, optes por la identidad de un personaje y no te quieras salir. Sigue dándonos la oportunidad de seguir dándonos vida a través de la lectura. Felicidades.
Eres una gran narradora y también cuentacuentos. Mezclas todos los ingredientes necesarios para un relato que roza lo escalofriante.
Besos Eva.
Impresionante tu cuento, Eva. No solo por una trama excelentemente trazada, sino por tus
magistrales descripciones (es evidente que amas la pintura).
Con este relato llevas y traes al lector a tu antojo.
Te felicito por tan admirable prosa e ingenio.
Un beso.
Eva, sentí en la acabada descripción del cuento que no estabas con un teclado escribiendo, sino que estabas con un pincel pintado las paredes y los rostros. De alguna forma sentí que te movías en todos las técnicas, no eras la narradora observadora, eras la omnisciente, estabas en la cabeza de ambas mujeres, respirabas y latías en ellas...Te he leído otros cuentos con toques escalofriantes; pero este tiene un extraño gusto que perdura en la garganta.
Un beso Eva, y mi admiración de siempre.
Estupendo relato, Eva.
Y el final es magnìfico.
Excelente.
Un abrazo.
Eva, un relato terrorífico... Recreas minuciosamente las atmósteras de que conforman, como pinceladas en un cuadro, haciéndote partícipe de las vivencias de la protagonista como un personaje más. Felicidades! Un abrazo.
Eva, muy buen cuento, es magnífico como vas desentrañando de a poco la trama y dando pistas que hacen que no se pierda en interés en la lectura.
Tengo los pies frios.
Como siempre me he dejado llevar por tus palabras. Muy bueno el relato, que no pierde interés en ningún momento.
Me transmite una soledad absoluta y un ambiente frio y gris, como de otra época. Tremendo.
Besos.
HOLA EVA
IMPRESIONANTE RELATO Y MÁS AÚN EL FINAL, QUE NO PODÍA SER DE OTRA MANERA.
ERES MUY BUENA NARRADORA Y MANTIENES EL PERFIL DEL CUENTO: INTRODUCCIÓN, NUDO Y DESENLACE.
ME PARECE MAGNÍCO TAMBIÉN LA MANERA SUTIL Y METAFÓRICA DE ALGUNOS PÁRRAFOS.
CULTO, INTELIGENTE... DESDE EL PRINCIPIO.
BESITOS
Qué impresionante relato Evita y el desenlace fantástico; el odio llegando a otras generaciones que en búsqueda de su génesis encuentran la muerte. Un gran abrazo
a mi gustaría escuchar de tu voz lo que escribes. Seguro estoy que te escucharía en todos los lugares que existo.
Eva Magallanes [made in Cl] un beso!!!!!!!!
Genial relato. Me encanto tu blog! te sigo!
Muy interesante la historia, me ha atrapado desde el comienzo, impresionan los detalles la tensión va creciendo conforme vas leyendo. La atmosfera que creas con tu relato la sientes como poco a poco…. mientras la cuerda caía en su cuello y la cruz parecía palpitar sobre su pecho.
Mi admiración Eva. Felicidades.
Un enorme beso
¡esplèndido!, no eres buena, eres excelente...Mis calurosas felicitaciones y
abrazos
Eva,maravilloso relato, vas haciendonos entrar poquito a poco en ese "Centinela" tanto que no quisiera yo pasar por él.
Los personajes tan reales, más que leerlos e imaginarlos los ves frente a ti. Me gustó mucho.
Felicidades !que placer!.
Un beso
Me he quedado pegada a la pantalla comiéndome las uñas.
Muy bueno Eva, no me sorprende porque escribes estupendamente
Un besazo
Me ha impresionado. La verdad es que no podía dejar de leer el texto. El tema y los personajes se compenetran muy bien.
Un abrazo
¡Felicidades, Eva. Magnífico relato.
Duro, crudo y cuel relato: la descripción de la muerte sin maquillajes y la decadencia del centinela se aúnan en una narración agobiante y trágica al mismo tiempo. Pero genial, intenso e intrigante. Me encantó. Besos, Eva.
Eva, me has sacudido desde el principio con tu relato, me has pintado la muerte ahorcada con detalle, me has, luego, insinuado, cosas mías, algo gótico, siniestro, y más cosas mías, he visto retazos de Psicosis, de Rebeca...palabras como "fierro" o "chancacazo" que me tropiezan la lectura y me asombran y me enriquecen, toda tu redacción es sinuosa, diversa, inquietante en imagenes y sensaciones. Empiezas por el final y luego terminas con momentos antes del comienzo, dominio narrativo, absolutamente genial. Besito.
Estremecedor y estupendo relato. Toda una atmósfera, toda una vida detrás de esa soga.
Y, por qué no, cuántas de esas sogas hay cerca.
Un abrazo.
Éste relato es para llevarlo al cine!!!
Ya tengo los actores en mi mente.
Que te puedo decir que ya no sepas...
Eres genial!
Eva, entré en tu espacio para echar un vistazo rápido, y he tenido que pararme a leer y releer el relato, es escalofriante y tienes una habilidad especial para enganchar al lector...plasmar, los sentimientos mas profundos de los personajes, en tan pocas lineas es muy dificil y tu lo consigues holgadamente...muy bueno...Un cariñoso saludo.
Eva! Me devoré el cuento, me olvidé que la pantalla no se ve bien y que las letras parecen hormiguitas, se me pasó el tiempo volando! Qué decirte, me encantó. Me encantan esos cuentos que empiezan contándote el final pero no podés parar de leer por la intriga que se genera. Es verdad que lo pintaste, yo también ví todos los ambientes del Centinela Hotel, la habitación, a Aurora y a Jacinta, el olmo, la cruz de plata sobre el pecho...
Qué lindo que escribís, Eva. Bellísimo.
Besos y abrazos!!
Muchas gracias por tu visita, Eva, yo también te sigo.
Muy buen relato, te aseguro que tiene que ser bueno para que, aún siendo bastante extenso para lo que se suele subir en un blog, mantenga mi atención.
Un beso.
Humberto.
A veces resulta que matar el pasado o desearlo tal como quisimos que fuera resulta en otro crimen mayor. Hay imposiciones ciegas que victimizan todo cambio o promesa por joven y prometedor que este sea.
Un abrazo Eva!!!
Hola, Eva! Estupendo cuento. Me tuvo con el suspenso hasta acabar de leerlo. Casi me pilla mi jefe!
Ya te he dicho que escribes genial, a eso te dedicas, supongo, porque lo contrario sería una total pena para los que disfrutamos de tus relatos.
Besos enormes y como siempre, mi admiración, querida Eva.
Realmente has logrado introducirme en la historia hasta vivenciar el doloroso nudo final. Magnífico relato, Eva, narrado de modo atrapante y lleno de una extraña atmósfera que supura expectativa y suspenso.
A veces me pregunto, hasta dónde es conveniente indagar sobre ciertas historias... pues algunas tal vez, mantengan vida, solo si se las deja guardadas en un baúl, de lo contrario, el final... da miedito!
Besitos al vuelo!
Me encanta pasar por aquí!
Gaby*
Maravilloso!
El relato me ha atrapado sin poder correr la vista de la pantalla. Asi, ese odio sigue creciendo en si mismo. La muerte en este caso fue una liberación, aunque no deberia.
Un beso grande!
Me quedé congelada! Y gracias por tus bellisimas palabras que me dejaste en el blog. Siempre te leo. Recibe un abrazo y feliz fin de semana.
Inquietante relato, muy bien escrito. He mantenido la atención hasta el final, con los secretos del hotel y los personajes. Muy bien narrado.
Un abrazo!
Vaya! Un relato largo y bien llevado. Enhorabuena, Eva. Un abrazo.
Atrapante!!!! Me gustó mucho Eva, empecé leyendo el final, no se por qué siempre hago eso jaja (esa manía de leer las cosas al revés) pero luego me lo leí completito como debe ser. Quedé maravillada, felicidades!!!
Un beso grande.
Narradora,cuentacuentos y poeta!
Lo que me faltaba. Debe ser la crisis, porque estamos escribieno cosas terribles. Pero es estupeno el relato y mantienes la atención hasta el final ¿porque no la has dejado que se entere de lo que buscaba? Esta sería su última esperanza y se la has quitado.
¿Vas a seguir? Besos
Querida Eva:
Hermoso y estremecedor relato, lleno de sentimientos profundos, descritos con intensidad y dominio en tu narrativa. Simplemente: "FANTÁSTICO"
fELICITACIONES Y MI SALUDO CORDIAL.-Antonio
Negro, macabro muy fuerte, martirizante y vertiginoso ¡Excelente! como el terror de todos los lugares hoy.
Gracias por compartirlo Eva,
Difícil relato, muy bien resuelto, con el que consigues crear y mantener una atmósfera que atrapa al lector. Es un texto largo y lleno de cambios de ritmo que, a veces, obliga a retomar algún párrafo. En cualquier caso, Eva, confirma tu talento para la creación literaria y le hace a uno disfrutar con él y contagiarse del placer que se te adivina al escribirlo. No es poco.
Ya espero el siguiente.
Un cariñoso abrazo.
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